Otra nota publicada en la Filo Rock (número 3, marzo de 2006). En esta ocación sobre la última visita de la banda de rock más grande de la historia (por edad y por peso...) Estuvo bueno hacer esta nota. Fue un show muy emotivo para alquien que a las 10 años solo queria seguir recolectando cassettes de los Stones y biografías donde aprendí lo que era el Rock & Roll... porque yo soy de los que piensan que Rock & Roll y Rolling Stones son sinónimos... música, estilo de vida, imagen... no veo diferencias en los significados de ambos títulos. Espero les guste.
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CARA A CARA CON SUS MAJESTADES SATANICAS
Sobre un bondi de la línea 113 con destino a Belgrano pensé: “voy a ser testigo de la historia”. Una mezcla de escepticismo y excitación recorría mi cuerpo: ¿seguirán conmoviéndonos como en los años maravillosos? ¿Sentiremos desde ese escenario la energía sagrada que los hizo grandes? Faltaba poco para averiguarlo...
Llegue a la zona del concierto me encontré con una espera interminable. Las horas pasarían entre incertidumbre y temor, faltaba poco para las 21:30 y unas miles de almas aún seguíamos a cuadras del estadio. Se hace muy difícil confiar que la masa no va a desbandarse violentamente en una situación como esa. De repente, el rumor: “están tocando”… corridas…. La multitud en pánico no quiere perderse un segundo de ese tan deseado y costoso banquete.
Corrí dejando atrás botellazos, camiones hidrantes y gritos. En la carrera puteamos a Grinbank, mientras escuchábamos cuadras arriba el tronar de la multitud: las luces del estadio se apagaban dando lugar al comienzo de la última (¿?) visita de LA banda a este cacho de tierra. Empezaba la ceremonia, ese gigante llamado Rolling Stones sonaba a pleno: Jumping Jack Flash. Su riff impulsaba nuestras piernas que, con largas zancadas, nos acercaban al objetivo. Llegué al epicentro corriendo y saltando frenéticamente como si de ello dependiera mi propia supervivencia. Arrancaba It´s Only Rock & Roll, nunca tan oportuno. Ya era testigo de la historia , mi cabeza se sentía aturdida, mis piernas casi acalambradas, mi respiración cortada. El monstruoso escenario y sus neuróticas antorchas mecánicas marcaban el ritmo visual de la fiesta. La pantalla me ofrecía gestos, contorneos y detalles meticulosos de todo lo que hacían esos viejos que habían comenzado este delirio en una vieja estación de tren 46 años atrás. Pasaron minutos de desorientación.
De repente: Tumbling Dice y todo aquel escepticismo previo era parte del pasado. La naturaleza era burlada por estos cuatro sexagenarios que aún rockeaban como nadie, y además nos ofrecían las mas dulces baladas (Worried About you). Mientras navegaba la marea de devotos hacia el escenario, vino a mi mente aquel mito del pacto con el innombrable, especialmente cuando veo a Jagger recorrer las pasarelas con la gracia que solo un “endulzado” por Satán podría. Promediando la velada, cuando presentó a la banda me cayó la ficha… “en Guitarrrrra -con muchas “erres”, como buen sajón- Keef Richards…” Y el lugar se convirtió en el mismísimo Averno. Durante largos segundos (¿minutos?) nos dedicamos a adorarlo hasta agotar el aire de nuestros pulmones. Me cayó la ficha: Lucifer ofrece el cuerpo prodigioso dotado de plena vitalidad y mera materialidad a su “cliente”. Para él, se reserva la verdadera adoración, escondido bajo un andar desgarbado, rostro rajado, mirada afable, anárquica cabellera y trapos que cuelgan. El poder lo tiene él: nos hace creer que el lugar esta vacio (This Place is Empty) y nos regala su felicidad (Happy) ante las numerosas e incondicionales ofrendas. Vuelvo a la estación, y a aquel encuentro ¿accidental?
La ceremonia se tornará más incendiaria y demoledora aún: una satánica plataforma llevará a sus majestades sobre las cabezas de su público exclusivo. volverán al altar con Sympaty for the Devil, celebrando el infinito saludo de sus súbditos, envueltos en frenesí. Yo, aguantando todo, cerca de la acción, llegando al limite de mi resistencia física (hecho que me horrorizo de mi mismo: ¡tanto fanatismo, tanta devoción!) Quería verlos en la carne, escapando a la falsa hipnosis de la majestuosa pantalla que los flaqueaba. Los tuve a metros, mas vivos que nunca.
Pasaran sus plegarias más oscuras (Paint It Black), la sexual Brown Sugar y las odas finales, You Can´t Always Get What You Want y Satisfaction cuyos versos muestran el típico inconformismo y ambigüedad que rodean a las tinieblas. Todo termina, fuegos en el aire, la seductora insignia bucal nos señala desde el altar, explota el cielo y el templo de hormigón ruge en un interminable alarido… Estamos exhaustos. Es hora de subir a la superficie.
Horas después, en el auto que me lleva a casa, envuelto en transpiración propia y ajena (en energía propia y ajena) repaso todo lo ocurrido allá abajo, minuto a minuto. Y saboreo la dulzura de una demoníaca seducción. A la mañana siguiente me pondré en campaña para conseguir un pase para el segundo encuentro: revolveré cielo (infierno) y tierra por “una cita más” con ellos. Lo consigo y ese jueves, bajo una inflamable lluvia, el infierno volvió a estar encantador.
Martín De Bernardi
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CARA A CARA CON SUS MAJESTADES SATANICAS
Sobre un bondi de la línea 113 con destino a Belgrano pensé: “voy a ser testigo de la historia”. Una mezcla de escepticismo y excitación recorría mi cuerpo: ¿seguirán conmoviéndonos como en los años maravillosos? ¿Sentiremos desde ese escenario la energía sagrada que los hizo grandes? Faltaba poco para averiguarlo...
Llegue a la zona del concierto me encontré con una espera interminable. Las horas pasarían entre incertidumbre y temor, faltaba poco para las 21:30 y unas miles de almas aún seguíamos a cuadras del estadio. Se hace muy difícil confiar que la masa no va a desbandarse violentamente en una situación como esa. De repente, el rumor: “están tocando”… corridas…. La multitud en pánico no quiere perderse un segundo de ese tan deseado y costoso banquete.
Corrí dejando atrás botellazos, camiones hidrantes y gritos. En la carrera puteamos a Grinbank, mientras escuchábamos cuadras arriba el tronar de la multitud: las luces del estadio se apagaban dando lugar al comienzo de la última (¿?) visita de LA banda a este cacho de tierra. Empezaba la ceremonia, ese gigante llamado Rolling Stones sonaba a pleno: Jumping Jack Flash. Su riff impulsaba nuestras piernas que, con largas zancadas, nos acercaban al objetivo. Llegué al epicentro corriendo y saltando frenéticamente como si de ello dependiera mi propia supervivencia. Arrancaba It´s Only Rock & Roll, nunca tan oportuno. Ya era testigo de la historia , mi cabeza se sentía aturdida, mis piernas casi acalambradas, mi respiración cortada. El monstruoso escenario y sus neuróticas antorchas mecánicas marcaban el ritmo visual de la fiesta. La pantalla me ofrecía gestos, contorneos y detalles meticulosos de todo lo que hacían esos viejos que habían comenzado este delirio en una vieja estación de tren 46 años atrás. Pasaron minutos de desorientación.
De repente: Tumbling Dice y todo aquel escepticismo previo era parte del pasado. La naturaleza era burlada por estos cuatro sexagenarios que aún rockeaban como nadie, y además nos ofrecían las mas dulces baladas (Worried About you). Mientras navegaba la marea de devotos hacia el escenario, vino a mi mente aquel mito del pacto con el innombrable, especialmente cuando veo a Jagger recorrer las pasarelas con la gracia que solo un “endulzado” por Satán podría. Promediando la velada, cuando presentó a la banda me cayó la ficha… “en Guitarrrrra -con muchas “erres”, como buen sajón- Keef Richards…” Y el lugar se convirtió en el mismísimo Averno. Durante largos segundos (¿minutos?) nos dedicamos a adorarlo hasta agotar el aire de nuestros pulmones. Me cayó la ficha: Lucifer ofrece el cuerpo prodigioso dotado de plena vitalidad y mera materialidad a su “cliente”. Para él, se reserva la verdadera adoración, escondido bajo un andar desgarbado, rostro rajado, mirada afable, anárquica cabellera y trapos que cuelgan. El poder lo tiene él: nos hace creer que el lugar esta vacio (This Place is Empty) y nos regala su felicidad (Happy) ante las numerosas e incondicionales ofrendas. Vuelvo a la estación, y a aquel encuentro ¿accidental?
La ceremonia se tornará más incendiaria y demoledora aún: una satánica plataforma llevará a sus majestades sobre las cabezas de su público exclusivo. volverán al altar con Sympaty for the Devil, celebrando el infinito saludo de sus súbditos, envueltos en frenesí. Yo, aguantando todo, cerca de la acción, llegando al limite de mi resistencia física (hecho que me horrorizo de mi mismo: ¡tanto fanatismo, tanta devoción!) Quería verlos en la carne, escapando a la falsa hipnosis de la majestuosa pantalla que los flaqueaba. Los tuve a metros, mas vivos que nunca.
Pasaran sus plegarias más oscuras (Paint It Black), la sexual Brown Sugar y las odas finales, You Can´t Always Get What You Want y Satisfaction cuyos versos muestran el típico inconformismo y ambigüedad que rodean a las tinieblas. Todo termina, fuegos en el aire, la seductora insignia bucal nos señala desde el altar, explota el cielo y el templo de hormigón ruge en un interminable alarido… Estamos exhaustos. Es hora de subir a la superficie.
Horas después, en el auto que me lleva a casa, envuelto en transpiración propia y ajena (en energía propia y ajena) repaso todo lo ocurrido allá abajo, minuto a minuto. Y saboreo la dulzura de una demoníaca seducción. A la mañana siguiente me pondré en campaña para conseguir un pase para el segundo encuentro: revolveré cielo (infierno) y tierra por “una cita más” con ellos. Lo consigo y ese jueves, bajo una inflamable lluvia, el infierno volvió a estar encantador.
Martín De Bernardi